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El árbol florecido
En el patio de atrás de la casa, en la casa del vecino hay un árbol que en el invierno se quedo desnudo sin una hoja y durante el verano y la primavera fue hogar de muchos pájaros con sus nidos y sus polluelos. Pero al llegar el invierno fue quedando deshojado y desnudo y toda su belleza verde quedo hecha nada solo un esqueleto de árbol seco y gris. Así nos pasa a muchos de nosotros en nuestro andar por la vida llega un momento de invierno en donde quedamos desnudos, grises y sin ningún verdor para alegrarnos. Nos quedamos sin pájaros que aniden en nuestro árbol nos quedamos solos o así lo pensamos. Cuando llegamos a ese punto es que nos damos cuenta que necesitamos tanto y tanto a Dios. Porque nuestros problemas son nuestro inviernos que nos han ido deshojando y hemos ido perdiendo la esperanza verde de las hojas de la confianza y la fe. Hemos perdido el verdor de la mirada puesta en nuestro Dios. Nos transformamos en el gris de la desesperación, enojo, desesperanza y apatía por todo lo que nos rodea quedamos sin hojas ni la alegría del cántico de los pájaros que ha anidado en nuestras ramas. Dejamos de ser refugio y pasamos a ser un árbol gris seco de toda esperanza y fe. Hemos dejado que los problemas nos sequen y tristemente nos hemos olvidado del agua y el verano reverdecido que es nuestro Dios. Si Dios es la primavera dulce que vuelve para hacer florecer cada planta y cada flor se renueva al llegar la primavera así es Dios primavera y verano que nos da calor y nos ayuda a florecer aun en medio del invierno más crudo Dios es nuestra corriente de agua que nos nutre y no pasa la sequia y siempre daremos fruto y nuestro verdor no cesara. Cuando reconocemos que somos el árbol seco que necesita del verdor que llega en primavera y verano, es aquí cuando dejamos de lucir tan grises y secos dejando entrar en nuestras raíces la Presencia restauradora de nuestro Creador y Salvador. Veremos como Él, como agua refrescante nos va nutriendo y renovando sacando el verdor que tanto necesitamos para salir de la sequia gris que se había apoderado de nuestro ser porque nos desviamos del sendero que Dios nos había marcado. Reconociendo que somos débiles y nuestras fuerzas y pensamientos son tan poco precisos que terminamos secos y gris como el árbol en invierno.
Por eso cuando damos el paso de fe dejando entrar al Señor en nuestros corazones reconociéndolo como la fuente de agua refrescante que nos da salvación y perdón. Aquí florecemos hermosamente, fuertes y firmes. Porque sabemos que sin Dios nada somos y regresaremos al invierno seco y gris que nos deshoja sin miramientos. Dios es y será siempre nuestro manantial de vida, su Palabra es nuestro fruto y su Presencia semilla que germina en el terreno fértil de nuestro corazón. Y que se expande para dar sombra a todo aquel que lo necesita y quiere dar ese pasó de fe y reverdecer como el árbol seco en primavera llego de verdor y el cántico de los pájaros que lo anidan.
Abramos nuestros corazones y dejemos que la semilla de Dios germine y florezca dando el fruto de vida eterna. Recibiendo el agua refrescante de su salvación y el abono de Su Palabra que nos da sombra y vida eterna. Seamos como el árbol sembrado a la orillas de la corriente siempre verde y su fruto siempre florece y la sequia no lo toca porque se nutre seguro de la corriente.
Escrito por
Rebecca Vila Cano
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